Pensaba que nunca me tocaría a mí, que eso siempre les
pasaba a otros.
En el tiempo de un abrir y cerrar de ojos, en lo que dura el
batir de las alas de una mariposa, paso de ser un deportista pletórico, lleno
de fuerza y entusiasmo a ser una persona necesitada de cuidados urgentes y de
alto nivel.
Abro los ojos y veo el cielo azul y la copa de los árboles
que fugan hacia él y no me recreo en ello. Lo primero, respirar. Tengo que
meter el aire en los pulmones pero no entra, ¿que ha pasado? ¡Ah! Iba en bici…
¡me he caído! Enseguida veo aparecer las caras preocupadas de otros ciclistas:
mis compañeros de carrera que se han parado a atenderme. Vuelvo a intentar
respirar y por fin lo consigo aunque intento moverme y no puedo. Me evalúo: la
clavícula está rota y tengo un fuerte dolor en la espalda aunque me tranquiliza
que puedo mover los dedos de manos y pies. Conclusión: soy un politraumatizado
grave y me toca mirar la asistencia emergente desde el otro lado del cristal…
¿qué va a pasar?
Llaman a la ambulancia pero el ”pronto estará aquí” se
convierte en 10-15-30-40 minutos. Por fin llegan 2 equipos, uno de soporte
avanzado y uno de transporte. Tras una somera exploración neurológica y vendaje
del brazo derecho “me cargan” en la ambulancia de traslado. “A San Juan de
Dios” dice el médico, es lo que tiene concertado el seguro de la carrera. Echo
en falta la camilla de tijeras, el collarín cervical y la analgesia… pero bueno,
pronto estaré en el hospital.
En el área de urgencias sigo sin inmovilización ni analgesia
y la exploración que me realiza la médico se limita a la auscultación de campos
pulmonares y la palpación somera de apófisis espinosas. Percibo que las cosas
no van bien y sospecho que pueda tener una contusión pulmonar, gracias a lo
cual se me realiza un TAC de tórax que descubre las fracturas vertebrales.
De ahí, ingreso durante 4 días para control del dolor,
valoración por neurocirujano y cirugía de la clavícula. Cuando rememoro la
estancia al alta, el dolor me ha mortificado por un pésimo manejo de la
analgesia, empleando básicamente analgésicos del primer escalón terapéutico
(paracetamol y metamizol). Respecto de la actitud frente a la fractura
clavicular, se cambia y se decide tratamiento conservador. Prevaleció la
opinión del experto traumatólogo en miembro superior. Hubiese agradecido que me
lo explicase personalmente.
Nada de valoración por neurocirugía. Detrás de este último
cambio de actitud está la compañía de seguros que aduce que no cubre las
lesiones en la espalda y que del corsé que preciso sólo se pagará el 70%. Por
un día hago un seguro médico para participar en una carrera y pierdo la
cobertura pública que llevo pagando y defendiendo casi toda mi vida.
Hoy, en casa, cuatro días después de la caída sigo
quitándome tierra de las heridas que no me curaron o que lo hicieron sin mucho
celo. Estoy feliz porque estoy vivo y sé que me voy a recuperar y he aprendido
mucho.
He aprendido lo azarosa que es la vida que, en el tiempo que
tarda en batir las alas una mariposa, te cambia por completo. Y he aprendido
que tu vida también depende del azar de donde y cuando pierdas la salud y quien
esté allí para tratar de restablecerla. He aprendido que la vida son causas y
azares y que como médicos y gestores (y sobre todo como personas) podemos
repartir mejores cartas para el juego de la vida, para no perder más de lo que
nos toque. Y también estoy feliz porque con esas fracturas vertebrales y con
ese traslado, a estas alturas podría estar intentando asumir el resto de mi
vida en una silla de ruedas.